Las nubes por fin aparecieron, las (mis) plegarias se condensaron en grises grumos y el sol (odioso e inclemente) quedo reducido a un haz de luz sucio, manchado, apenas perceptible.
Bajo un cielo nublado, todo se ve de un gris alegre, bajo la amenaza de lluvia, todo parece detenerse o al menos, avanzar a un paso más lento. Es como si el tiempo, se agazapara en alguna esquina a esperar con la cara hacia el cielo, el goteo intermitente de la nubes.
Villa pingüino, adquiere una belleza insospechada: la gente temerosa de la lluvia se esfuma, dejando la ciudad sola; un monstruo de cantera abandonado, atravezado furtivamente por paragüas de todos colores y tamaños, por seres que lucen los más extraños impermeables (desde bolsas de supermercado hasta botes de plastico).
La cantera se ve tan limpia, tan reluciente, despide un olor a tierra mojada que la hace tan antojable, tan deseable al paladar que rememora las tardes de lluvia de la infancia.
Bajo la nublada luz, caminamos; es inevitable desear un café, asi es que nos dirigimos hacia "La media Luna", que como siempre esta atestada de ancianos que entre sus estrepitosas risas dejan entrever el sonido de las fichas de domino que deambulan por la mesa.
Esta vez, no hay música en el estereo, algo más magico se escucha: un violinista deja caer notas agudas y dramaticas entre las tazas de café y el helado de mi malteda, su música se enreda entre los cabellos y se anuda en el estomágo. Afuera. Al fin a comenzado el diluvio.
(el gato corriente de piel azul celofán)
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